19 abril, 2024
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Samuel Arbiser: “La imperfección humana es el motor del proceso evolutivo”

Arbiser es psicoanalista, médico psiquiatra y docente del Instituto Universitario de Salud Mental (Iusam)

“La imperfección de la realidad humana constituye el motor que empuja el proceso evolutivo en pos de la inalcanzable perfección, una meta que se escapa cada vez que creemos alcanzarla”, apunta el psicoanalista Samuel Arbiser en torno al nudo de su último libro, “La imperfecta realidad humana”, donde reúne una serie de trabajos en los que analiza la singularidad de la especie humana inserta en una realidad heterogénea.

Esta producción, editada por Ediciones Biebel, compila una serie de artículos que tratan de aportar algunas respuestas para explicar “el movimiento incesante del hombre, que vive en una realidad ‘construida’ y no en una realidad ‘dada’, como otros seres biológicos”, dice a Télam este médico psiquiatra y docente del Instituto Universitario de Salud Mental (Iusam) de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires (APdeBA).

En este libro, el psicoanalista ofrece una perspectiva distante y abarcativa (“telescópica”, según sus propias palabras), para atender la singularidad de la especie humana inserta en una heterogénea realidad. Partiendo de la enumeración que Freud hace en “El malestar en la cultura” sobre las fuentes del padecimiento humano, el autor plantea su “irremediable imperfección constitutiva” como el motor que dinamiza el avance alcanzado por la humanidad. Un progreso que, si bien brinda mayor seguridad, eficiencia y confort, también pone en evidencia el irreductible padecimiento humano.

El libro también comprende un conjunto de trabajos sobre lo psicosocial y lo vincular del psicoanálisis.

 "La imperfecta realidad humana" es el último libro del psicoanalista.

“La imperfecta realidad humana” es el último libro del psicoanalista.

– Télam: Me preguntaba para quién compiló estos artículos porque en el libro, tal como está, adquieren otra connotación y se convierten, prácticamente, en un legado que parece más destinado a todo tipo de público más que al mundo psi, y seguramente a su familia.

– Samuel Arbiser:

Escribí muchos más artículos de los que pude compilar en mis libros. En mi caso escribo cuando me aguijonea una inquietud, un hallazgo clínico inesperado o una confirmación esperada.

Escribir, para mí, es como metabolizar las experiencias de vida y de la actividad profesional. Es transformar vivencias en palabras, oraciones y párrafos que me proveen el plus de la satisfacción de un logro, y me compensa -en alguna medida- no haber podido ser ni músico y escritor.

Pero mi edad también me lleva -en mi caso sin dramatismo- a considerar la finitud de la vida, y aspiro a dejar alguna huella ponderable de mi persona para mi descendencia y para los colegas que puedan interesarse por mis ideas.

– T: ¿La imperfección nos hace óptimos como seres humanos? ¿Qué rol juega lo perfectible en la búsqueda de la perfección?

– S.A.: No creo que existan seres humanos perfectos ni que sea posible que los haya. Probablemente sí existan en el discurso religioso o ideológico. Influenciado por lecturas de divulgación antropológica, mi interés por la historia de los pueblos y la civilizaciones me condujo al convencimiento de la imperfección constitutiva e irreductible del mundo humano.

Y con esto me refiero tanto al hombre como a sus producciones; y más aún, afirmar que dicha imperfección es la característica distintiva crucial que lo diferencia de la perfección del mundo de la naturaleza.

No me fue indiferente sobrecogerme a dimensiones temporales como el Big Bang de hace quince mil millones de años; saber que se conjetura que la vida apareció hace cuatro mil millones de años, que los primeros homínidos bípedos habitaron el planeta hace algo más de diez mil millones de años, o que el homo sapiens moderno se remonta a treinta y cinco mil años. Poder apreciar el mundo en una perspectiva telescópica y en contrapunto con la perspectiva microscópica, es un ejercicio atractivo como aventura del pensamiento.

Tampoco puedo negar la influencia de Freud y sus contribuciones psicosociales, como su “malestar en la cultura” en la inspiración de lo que yo denomino ‘imperfección’. También advierto sobre el peligro de las creencias sobre la perfección que sirvió de coartada a carismáticos e inescrupulosos lideres ideológicos o religiosos que condujeron a grandes catástrofes de la humanidad.

La imperfección, en cambio, se conjuga de un modo armonioso con la idea de lo perfectible. Y este adjetivo es el vector motivacional que empuja al hombre hacia el progreso.

No podemos menos que maravillarnos por los alcances actuales de los prodigios de ese progreso, pero tampoco podemos dejar de alarmarnos por las posibles derivaciones indeseables de ese progreso que se insinúan en nuestros días, como la desafiante pandemia o el ya palpable cambio climático.

– T: ¿Cómo jugó el concepto de imperfección en la construcción de las civilizaciones?

– S.A.: La tesis que propongo es precisamente que la insanable imperfección de la realidad humana constituye el motor que empuja todo el proceso evolutivo en pos de esa inalcanzable perfección.

La perfección es una meta que se nos escapa cada vez que creemos alcanzarla; y de ese modo se explica el movimiento incesante.

No hay que olvidar que el hombre vive en una realidad construida y no en la realidad dada, donde viven los demás seres biológicos. Nuestra especie -gracias a su psiquismo- tiene la facultad de modificar el ecosistema para adecuarlo a sus necesidades.

Por otra parte, lo que llamamos civilización abarca el período que se origina en la ‘revolución agrícola’, cuando nuestros antepasados nómadas ‘cazadores recolectores’ se asentaron en los poblados alrededor de la Mesopotamia Asiática, hace alrededor de 10.000 a 12.000 años.

De todos modos, todos los adelantos que trajo el progreso están mal distribuidos y no aseguran la felicidad de la gente.

– T: La búsqueda de la perfección, a través del reconocimiento de la imperfección, ¿puede ser, también, el motor de la guerra entre diferentes sistemas de creencias? ¿Cómo podría armonizarse para no caer en los fundamentalismos que impiden la coexistencia entre esos sistemas de valores como sucede hoy entre diferentes posiciones políticas o creencias mesiánicas, que expanden odio hacia el o lo diferente?

– S.A.: A lo largo de toda la historia de la humanidad se fueron sucediendo distintos sistemas de convivencia, muchas veces asociados a modos de producción, administración y reparto.

Desde el ya señalado sistema del ‘macho alfa´, similar al ordenamiento de los mamíferos que, en el contexto de la vida sedentaria provocada por la revolución agrícola, debieron instaurarse códigos a través de la mitología, las religiones, las tradiciones, el Estado, las leyes o los reglamentos en una secuencia interminable que llega hasta nuestros días en forma de ideologías.

Los recursos para perfeccionar los sistemas pueden ser a veces violentos, pero también pueden buscarse sistemas más pacíficos para resolver las diferencias.

– T: Usted trabaja, también, el concepto de padecimiento humano. La forma en la que se ve, ese padecimiento, en cada sociedad también refuerza la imposibilidad de coexistencia porque parece que no hay una sola forma de conceptualizarlo. ¿Qué reflexión puede aportar sobre este concepto tan ligado al dolor del alma?

– S.A.: Utilizo el concepto de ‘padecimiento humano’ como una forma de generalizar la diversidad de fuentes y manifestaciones de ese padecimiento.

Aunque el progreso pueda aliviar ese dolor, en algunas regiones del planeta las causas exógenas de sufrimiento como la extrema pobreza, la sumisión a los extremismos o fundamentalismos ideológicos coercitivos y la misoginia, persiste en los seres humanos y genera un padecimiento personal propio e irreductible producto de su convivencia y los inevitables conflictos que surgen de ésta.

También ocurre el sentimiento de frustración derivado de la incompletud insaciable de nuestra imperfecta naturaleza humana. Lo que en el discurso de las religiones puede atribuirse ‘al dolor del alma’, en el vocabulario profano se lo adjudicamos a la ‘angustia existencial’.

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