19 abril, 2024
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Cultura

Historias insólitas, hazañas de superación e influencias políticas sobre los Juegos Olímpicos

Un repaso por los motivos que unen a doscientas naciones en un solo evento

Alejados del vértigo que imponen cada cuatro años los Juegos Olímpicos, algunos periodistas y escritores se sientan a reflexionar sobre los distintos testimonios que generan los deportistas que compiten, las historias insólitas, las hazañas de superación, el entrenamiento físico y mental de los competidores, la relación de estos con la política y, sobre todo, los motivos que unen a doscientas naciones en un solo evento.

Tres autores argentinos relacionados con los juegos olímpicos y los deportes que lo componen: Federico Bianchini, Víctor Andrés Pochat y Luciano Wernicke aportan una nueva mirada para recorrer los deportes que desvelan a millones de personas en todo el mundo.

Para Bianchini, se empieza a visibilizar al deportista como persona y nos estamos alejando de esa idea del atleta como máquina.

Para Bianchini, se empieza a visibilizar al deportista como persona y nos estamos alejando de esa idea del atleta como máquina.

Bianchini, autor de dos libros claves sobre el deporte extremo, “Desafiar al cuerpo” (2014) y “Cuerpos al límite” (2017) asegura que en la actualidad se empieza a visibilizar al deportista como persona y nos estamos alejando de esa idea del atleta como máquina, suma de músculos y tendones entrenados, y nos acercamos a los cuerpos que no solo se ejercitan hasta el cansancio sino que incluyen reacciones a las presiones: ansiedad, miedo, frustración y, en algunos casos, también depresión: “Estos son aspectos que no existían como posibilidad en el discurso mediático que busca construir a los deportistas como héroes de mármol”, aclara el escritor.

Pochat, autor de “Coronados de gloria, la historia inédita de las medallas olímpicas argentinas” y “Olimpikedia, guía para ser un experto en Juegos Olímpicos”, se apasionó desde muy chico, más precisamente desde Los Ángeles 1984, con los cuatro oros en atletismo de Carl Lewis, con los que igualaría la hazaña de Jesse Owens.

El periodista de ESPN confiesa que más allá de lo deportivo, lo que me más lo impactó -y se potenció con el tiempo- fue esa ceremonia de apertura: “Ese desfile interminable de países remotos, vestimentas curiosas y abanderados de historias desconocidas fue la puerta de entrada para conocer y aprender sobre el planeta”, dice.

Para el docente de DeporTEA y ETER, esa fiesta fue el disparador de su curiosidad sobre las diferencias que podían existir en las distintas regiones, fueran sociales, políticas, económicas y, por supuesto, deportivas: “Unos años más tarde, mientras disfrutaba de la Ceremonia de Barcelona 1992, decidí que quería dedicar mi vida laboral al periodismo deportivo aunque estuviera estudiando Física”, confiesa.

Junto con la Asamblea de las Naciones Unidas, la Ceremonia Inaugural es el único ámbito en el cual se reúnen en un mismo lugar y al mismo tiempo los más de doscientos países de la Tierra. Con la gran diferencia de que aquí lo hacen por el mismo motivo y la alegría de compartir trasciende a todas las culturas.

Wernicke es el autor de “Historias insólitas de los Juegos Olímpicos”, libro que repasa las distintas ediciones de la época moderna con el acento puesto en las curiosidades y anécdotas más sorprendentes que, al mismo tiempo, divierten y plantean un perfil más humano de los protagonistas. Muchas de las narraciones de ese libro parten de situaciones generadas por la política, la economía o los complejos reglamentos deportivos.

El escritor asegura que, a lo largo de su historia, los Juegos Olímpicos siempre han representado un escenario apetitoso para el poder político: “Por lo general, se recuerda que la edición de Berlín 1936 sirvió a Adolf Hitler para promocionar su régimen dentro y fuera de Alemania. Ese interés político no era nuevo: unos dos milenios antes, el emperador romano Nerón se encaprichó con participar en una prueba olímpica, una carrera de cuadrigas que ganó tras amenazar a sus rivales con la crucifixión” dice Wernicke y agrega: “en 1908, la distancia del maratón se prolongó por antojo del rey de Inglaterra”.

Luego, durante casi cuarenta años, Estados Unidos y la Unión Soviética extendieron su “guerra fría” a las pistas, las canchas y arriba de los rings. Decenas de atletas de todo el mundo han saltado de los Juegos a la política: “en Argentina, por ejemplo, el exitoso regatista Carlos Espínola es actualmente senador nacional por Corrientes”, ejemplifica.

“Hoy, se sabe, quien no atiende las emociones les da ventaja a sus contrincantes”, explica Bianchini. Para el investigador ya no basta con entrenar el cuerpo. Hace falta ejercitar la cabeza, entender el modo de resolver cuestiones que no sólo tienen que ver con lo deportivo sino también con lo que lo rodea.

“El patrocinador busca a quien tiene una medalla de oro pero también al que es seguido por millones en Instagram. Y sin embargo (o quizás por eso), son varios los deportistas que deciden limitar su exposición a esa reunión de consorcio eterna que son las redes sociales”, explica.

El nadador estadounidense Caeleb Dressel, que en Tokio hizo el récord mundial en 100 metros mariposa y ganó cinco medallas, contó en una entrevista que sólo mira Instagram quince minutos al día y desinstaló Twitter, Facebook y Snapchat, para no estar pendiente del teléfono. “Cuando te tirás al agua estás solo vos: nadie te va a ayudar”, dijo. Bianchini recuerda una frase muy similar a la que hace más de 50 años inmortalizó Ringo Bonavena: “Cuando suena la campana, te sacan el banquito y uno se queda solo” y agrega el escritor: “sin embargo, no sé cuántos en aquel momento se detuvieron en la soledad del boxeador”, concluye.

Otro aspecto que fascina de los Juegos Olímpicos al reconocido periodista Pochat es el hecho de que no se reparta dinero. Si bien está claro que una buena actuación olímpica repercutirá en otros auspiciantes, mejores contratos o nuevos privilegios, el premio no dejar de ser una medalla: “Miles de deportistas híper profesionales se reúnen cada cuatro años para luchar por ser los mejores y ocupar un lugar en el podio, sin reclamar dinero a cambio. Y el premio es el mismo para el campeón de los 100 metros con vallas, el de la categoría hasta 48 kilos de judo y los dobles de tenis de mesa”, ejemplifica el periodista.

Se compite por la gloria, por el orgullo, por la gratificación de representar al país. Es que no cualquiera compite en un Juego Olímpico. Hay que ganarse el privilegio de participar, son plazas que no se pueden comprar: “No lo podrían hacer ni Jeff Bezos ni Elon Musk, si quisieran. En los Juegos Olímpicos no se regala nada: es el lugar donde no se premia al más poderoso, sino al mejor”, concluye Pochat.

Pero por otro lado, como reflexiona Wernicke, la suspensión de Rusia para intervenir en los actuales Juegos de Tokio 2020, a partir de que se descubriera un sistema de dopaje supuestamente promovido por el Kremlin, y las acusaciones por presunta corrupción institucional durante la realización de las obras para Río de Janeiro 2016, hacen sospechar que, al menos en el plano político, el sentido de los Juegos parece no haber cambiado demasiado desde los tiempos de Nerón.

Para el autor de “Historias insólitas de los Mundiales de fútbol” (2010), “Historias insólitas del fútbol” (2013) y “Doctor y campeón” (Autobiografía de Carlos Bilardo, 2014), los Juegos son marco de historias emocionantes, en especial las protagonizadas por deportistas que han tenido el coraje de superar adversidades terribles, como lo que vivió la adolescente estadounidense Elizabeth Robinson, ganadora de la primera medalla dorada para el atletismo femenino con récord mundial, en los Juegos Olímpicos de Ámsterdam 1928.

Tres años más tarde, mientras se preparaba para repetir el oro en los Juegos de Los Ángeles 1932, Robinson viajaba a bordo de un avión que se accidentó en el estado de Illinois.

“Los rescatistas que la hallaron entre los hierros retorcidos del aeroplano pensaron que había muerto como la mayoría de los pasajeros. Uno de ellos la colocó junto a un cadáver en el baúl de su automóvil y la llevó directamente a una casa funeraria. Sin embargo, a la velocista todavía no le había llegado la hora: un empleado que la iba a preparar para su entierro descubrió que la chica no había fallecido, sino que estaba en coma. Betty -quien había sufrido múltiples fracturas, entre ellas de la cadera y una pierna- fue internada en un hospital, donde permaneció siete meses inconsciente”, relata el periodista.

Cuatro años después, Robinson no solo había superado sus lesiones, sino que había vuelto a las pistas. “El 9 de agosto de 1936, junto a Helen Stephens, Harriet Bland y Annette Rogers, la mujer que regresó de la muerte volvió a colgar de su cuello la medalla de oro”, concluye la historia Wernicke.

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